martes, 31 de diciembre de 2013

El templo


El maestro y el alumno caminaban por un bosque tupido de fauna y flora. Cuando estaba a punto de amanecer el octavo día de ayuno, díjole el alumno al maestro:

- Maestro, no creo que pueda llegar al templo. Apenas ha transcurrido una semana de viaje y mis pies chillan de dolor mientras las grietas resquebrajan la fe en mi alma. No soy digno de la divinidad. Me regreso.

El maestro miró al alumno, asintió y prosiguió hacia adelante.

Años después, el alumno se había convertido en un rico comerciante al que los negocios le sonreían y las mujeres aplaudían sus éxitos. El maestro, con su túnica simple y los pies descalzos, se cruzó en la plaza con el antiguo alumno. Loco de alegría al reconocer a su viejo maestro en aquel humilde vagabundo, el comerciante saltó de su carroza e hizo que lo acompañara a su lujosa casa.

- Veo que has prosperado económicamente – dijo el maestro.

- Y todo gracias a mi rendición, maestro. En la tercera jornada de regreso por el bosque, encontré un cofre con monedas de oro. Invertí las monedas de oro en mercancias y seda y aquí me tienes, rico y feliz.

El maestro miró alrededor y contempló la ostentación de lámparas, muebles, alfombras y estatuas. El brillo del lujo casi lo ciega.

- Tengo que irme, debo proseguir camino – advirtió el viejo maestro

- ¿Adónde vas?

- Al templo.

- Pero si el templo está en dirección contraria, maestro.

El viejo maestro sonrió al antiguo alumno y lo dejó cavilante al lado de la fuente de colores que hacía dos meses había mandado traer del Bajo Nilo, expresamente para conquistar los favores de una mujer.

Pasaron los años y el comerciante tuvo que hacer frente a épocas de crisis nefastas en las que se vio obligado a pedir dinero prestado que nunca pudo devolver. Arruinado y triste, vagaba por los caminos con una sucia bacinilla en la que tan pronto comía restos del suelo como hacía sus necesidades.

Un día de lluvia intensa, calado hasta los huesos, le atacaron unas fiebres altísimas. Durante siete días y siete noches, el antiguo alumno luchó contra la muerte. Al octavo día despertó con hambre y al abrir los ojos se encontró con la mirada de su viejo maestro que lo acogía.

- ¡Maestro! - exclamó agradecido. ¡Me has salvado!

El maestro le acercó un cuenco de agua fresca y el alumno bebió.

- Levántate, que nos espera una dura jornada. Hoy llegamos al templo.

Paula Mocinho Novoa
Barcelona, 31 de diciembre de 2013
Feliz 2014 - Happy New Year